Lecumberri
fue un centro penitenciario inaugurado el 29 de septiembre de 1900 durante la presidencia
de Porfirio Díaz, edificado con el fin de responder a la demanda de espacios
para la readaptación social de un creciente número de delincuentes. Con el paso
del tiempo, se incrementó el número de espacios al interior del centro para la
rehabilitación de los delincuentes, como talleres, salones de clase,
biblioteca, etc.
Para
1954 la población del reclusorio llegaba a 1380 reclusos, entre los que se
encontraban 800 hombres, 180 mujeres y 400 menores de 18 años.
El
final de este reclusorio llegó el 27 de agosto de 1976, transformándose en la
actual sede del Archivo Nacional.
En
este documental se presenta el procedimiento que se lleva a cabo para internar
a los delincuentes en el reclusorio y las condiciones de vida que llevan.
En
la obertura se presenta el inicio del proceso con la toma de datos de cada
persona, para que después pasaran a dejar cualquier tipo de pertenencia que llevaran
consigo. Asimismo, se revisaba que no trajeran armas u objetos prohibidos; se
tomaban las huellas dactilares, fotografías de frente y perfil; pasan al
servicio médico y después de proporcionarles su uniforme, se les asignaba su
celda dependiendo del tipo de delito que hubieran cometido (había una división
de áreas que iban de la letra A hasta la L, específicamente, la letra E
correspondía a la zona de los castigados). Más adelante, se presentaba el jefe
de vigilancia y les pedía a los recién ingresados
su colaboración para mantener el orden y aconsejándolos a manifestar una
conducta apropiada y a trabajar, ya que por cada 2 días de trabajo se reducía 1
día de sentencia. También se les indicaba que por cualquiera de los trabajos que
realizaran, se les daría un sueldo para cubrir necesidades básicas y que tenían
derecho a visita familiar, conyugal y jurídica.
En
el segundo tiempo, se muestra la vida que llevaban los internos; podían hacer
ejercicio, practicar algunos deportes, estudiar y trabajar.
Al
interior de las celdas, algunos reclusos tenían aparatos eléctricos como
televisión y/o radio y vivían mejor si le pagaban a los policías para que les
dejaran tener este tipo de pertenencias y comodidades. No obstante, la mayoría
de los reclusos tenía que pagar por usar los baños, recibir visitas y comida,
etc., y de no pagar, eran castigados con trabajos pesados y que olvidaban la
condición humana del hombre (como el tan conocido “tehuacanazo”, entre muchas otras
prácticas).
En
general, los reclusos comentaban que poco a poco se iban dando cuenta del error
que cometieron al ejecutar el delito que cometieron o bien, la injusta
sentencia de las autoridades. De manera frecuente les daba el “carcelazo” que
era depresión y pensamientos de
suicidio, no sólo por el hecho de estar ahí “viviendo” o más bien sobreviviendo
en un ambiente inhumano, sino también por el triste futuro que se dibujaba en
sus mentes.
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