martes, 12 de junio de 2012

Lecumberri, El Palacio Negro (1976) de Arturo Ripstein


Lecumberri fue un centro penitenciario inaugurado el 29 de septiembre de 1900 durante la presidencia de Porfirio Díaz, edificado con el fin de responder a la demanda de espacios para la readaptación social de un creciente número de delincuentes. Con el paso del tiempo, se incrementó el número de espacios al interior del centro para la rehabilitación de los delincuentes, como talleres, salones de clase, biblioteca, etc.
Para 1954 la población del reclusorio llegaba a 1380 reclusos, entre los que se encontraban 800 hombres, 180 mujeres y 400 menores de 18 años.  
El final de este reclusorio llegó el 27 de agosto de 1976, transformándose en la actual sede del Archivo Nacional.

En este documental se presenta el procedimiento que se lleva a cabo para internar a los delincuentes en el reclusorio y las condiciones de vida que llevan.
En la obertura se presenta el inicio del proceso con la toma de datos de cada persona, para que después pasaran a dejar cualquier tipo de pertenencia que llevaran consigo. Asimismo, se revisaba que no trajeran armas u objetos prohibidos; se tomaban las huellas dactilares, fotografías de frente y perfil; pasan al servicio médico y después de proporcionarles su uniforme, se les asignaba su celda dependiendo del tipo de delito que hubieran cometido (había una división de áreas que iban de la letra A hasta la L, específicamente, la letra E correspondía a la zona de los castigados). Más adelante, se presentaba el jefe de vigilancia  y les pedía a los recién ingresados su colaboración para mantener el orden y aconsejándolos a manifestar una conducta apropiada y a trabajar, ya que por cada 2 días de trabajo se reducía 1 día de sentencia. También se les indicaba que por cualquiera de los trabajos que realizaran, se les daría un sueldo para cubrir necesidades básicas y que tenían derecho a visita familiar, conyugal y jurídica.

En el segundo tiempo, se muestra la vida que llevaban los internos; podían hacer ejercicio, practicar algunos deportes, estudiar y trabajar.
Al interior de las celdas, algunos reclusos tenían aparatos eléctricos como televisión y/o radio y vivían mejor si le pagaban a los policías para que les dejaran tener este tipo de pertenencias y comodidades. No obstante, la mayoría de los reclusos tenía que pagar por usar los baños, recibir visitas y comida, etc., y de no pagar, eran castigados con trabajos pesados y que olvidaban la condición humana del hombre (como el tan conocido “tehuacanazo”, entre muchas otras prácticas).

En general, los reclusos comentaban que poco a poco se iban dando cuenta del error que cometieron al ejecutar el delito que cometieron o bien, la injusta sentencia de las autoridades. De manera frecuente les daba el “carcelazo” que era  depresión y pensamientos de suicidio, no sólo por el hecho de estar ahí “viviendo” o más bien sobreviviendo en un ambiente inhumano, sino también por el triste futuro que se dibujaba en sus mentes.






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